Ahí estás, de nuevo,
atormentádome en todas y cada una de las fúnebres noches
que paso tratando de sacarte de mi mente.
Y otra vez,
llegas de improviso, como de costumbre,
a entretenerte, mirándo cómo mi alma marchita derrama lágrimas de sangre,
lágrimas llenas de tu desinterés, de tu oquedad
de tu ironía punzante.
Solo, me entrego a saborear la amargura de mi timidez,
cuando al llegar la noche me pregunto con rabia
por qué no me sinceré contigo algunas horas antes…
y me trago las palabras una vez que comprendo que mi realidad
no puede cohabitar junto a la tuya.
Y en medio de ésta oscuridad macabra, me impregno con tu olor
el que dejaste hace un tiempo, cuando por primera vez
te atreviste a abrazarme.
¿Acaso no ves lo que pasa?
Lo curioso… es que ambos sabemos lo que pasa,
pero tu inmadurez y mi renuente valentía
se interponen al sentimiento clandestino
que surgió hace tiempo,
y que no ha permitido aquel beso furtivo.
No quiero dormir esta noche pensando en tí
porque estoy seguro
que hasta en sueños has de seguirme,
y hasta ahí serás tú, hasta en sueños te permitiré ser
lo que en realidad no quiero que seas.
No, no quiero que me sonrías,
no quiero siquiera que me veas,
porque temo a perderme en la sinceridad de tu alma,
esa alma blanca… temo a mancharla con la negrura
del dolor con que me has dejado.
De algún modo, me has abandonado contigo… ¡Nos has abandonado!
A mi, bajo tu merced, y a tí, en tu mundo de fantasía
qué cruel ha sido la vida en ponerme en tal situación…
Porque me ves… pero no me observas,
si, sonrío, pero… por dentro mi alma muere lentamente,
Comprende que necesito tu mano cálida sobre mi rostro…
comprende que de verdad te quiero…
comprende, que en mis palabras y en mi voz
están comprendidas la últimas plegarias de mi ser.
Porque sólo tu, en este mismo instante, mereces verme así…
sólo tú tienes el valor de enfrentarte ante mis más grandes temores
sólo demuéstrame que puedo continuar,
que tú me darás la pauta para hacerlo.